Cuatro o cinco universidades con programas de excelencia en investigación científica y tecnológica no nos van a alcanzar para el TLC. El ranking del Foro Económico Mundial, que mide la competitividad tecnológica de 122 países, dejó a Colombia en el puesto 64. El año pasado estuvimos en el 62.
Con frecuencia olvidamos que el sustento de largo plazo de la competitividad es la formación académica; perdemos de vista dos ecuaciones estratégicas del desarrollo, a saber: la investigación científica se estructura sobre una buena base de pregrados, pero una apropiada capacidad de innovación tecnológica depende también de una formación tecnológica avanzada, que consulte las verdaderas necesidades sectoriales y rectifique la indiscriminada producción de profesionales.
La cadena lógica de la competitividad empieza en los pregrados, y de esta pata cojea el país desde hace bastante tiempo. Por eso hay poca producción de ciencia y tecnología; y las publicaciones en las revistas indexadas provienen, casi exclusivamente, de esas cuatro o cinco universidades. El resto se encarga de crecer la estadística hacia promedios cada vez más mediocres.
En el informe del Foro se nota que crecieron en competitividad países aparentemente menos desarrollados que Colombia, como Perú, Guatemala y Costa Rica; aparte de Argentina y México, sobre los cuales todos ponderan sus altos niveles de educación superior. El campeón suramericano es Chile, y la estadística allí confirma la ecuación que viene dicha: una buena base de pregrados, un buen nivel de producción de ciencia, una economía competitiva y fuerte.
Los economistas discuten a menudo sobre el modelo económico apropiado que nos conduzca a un desarrollo creciente y sostenido; pero esta discusión parece haber dejado de lado otra que es más esencial: ¿cuál es el modelo de incorporación de la formación científica y tecnológica a ese modelo económico que nos garantice, además, una adecuada competitividad internacional?
Tengo a la mano algunos, que privilegian (todos) la fuerza educativa. El del Banco Mundial, en primer lugar, que define un cambio de su propio rumbo, pues ahora privilegia las inversiones en investigación básica y experimental, y no en infraestructuras o recursos materiales.
El del Grupo de Investigación Europeo sobre los Medios Innovadores (Gremi), que propone polos tecnológicos de Pymes estrechamente vinculados al desarrollo científico aportado por las universidades y los institutos de investigación en tecnología.
Y el de la Unesco, que propone revisar los criterios de pertinencia, calidad e internacionalización, para que la educación superior vire hacia un nuevo academicismo, que responda a las necesidades prácticas de desarrollo nacional y local, y avance en la universalidad del conocimiento.
Y por último el de la Cepal, que subraya en el documento 'Educación y conocimiento, eje de la transformación productiva con equidad', que el conocimiento y los aprendizajes son vitales para la competitividad.
Una cosa es llegar al TLC, y es tan solo un ejemplo de reto internacional de competitividad, pero otra muy distinta es sostenernos en mercados tecnológicos avanzados. Para esto último se requiere algo más que habilidades de coyuntura. Está bien que la Ministra de Comunicaciones abra el mercado de las TIC (tecnologías de información y comunicación) hacia los esquemas competitivos de la globalización, pues ello ayudará a que más emprendedores tengan acceso a Internet (hoy Colombia está en el puesto 70 entre 122 países), pero estaría mejor que la Ministra de Educación volviera sobre el papel de la educación, la ciencia y la tecnología, en esto de crecer y competir.
Estaría mucho mejor que las dos ministras participaran de una misma orquesta, pues en las deseables políticas de educación está, sin duda, la ciencia que nos falta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario