La necesidad de generar conocimiento propio y recibirlo de distintas fuentes.
Muchos colombianos deben estar sorprendidos con el número de The Economist del 28 de abril al 4 de mayo del 2007, pero difícilmente alguien como el suscrito.
Me encontraba en la población de Anapoima cuando sobrevino el primer apagón del 26 de abril y comenzamos a usar los servicios de la planta privada del domicilio. Iban y venían toda clase de informaciones y en la propia pantalla del televisor era imposible saber qué estaba sucediendo, cuánto iba a durar y cuál iba a ser la capacidad local para hacerle frente a la situación.
Algo que se resume en el título del The Economist: 'When everything connects', que bien puede traducirse como "cuando todo está conectado", y resulta que la cocina, la música, el noticiero, todo depende de una pieza insignificante que gobierna todo.
Lo cierto es que, como pudo comprobarse aquel día, ya no hay circuitos independientes ni generadores autónomos, porque un instrumento más pequeño que una fosforera tenía un poder de comunicación satelital, con una increíble capacidad de cobertura sin antecedentes en la historia de las comunicaciones.
Se había repetido en los últimos veinte años que el siglo XXI sería el del conocimiento y que quien tuviera mayores informaciones y conocimientos dominaría el mundo, pero la rapidez con que se ha difundido la ciencia ha superado todas las predicciones y la informática, que ya se adueñó del presente y se está adueñando del futuro en proporciones increíbles.
Por siglos se discutió en materia de educación qué clase de enseñanza servía mejor al desarrollo social y económico: si la llamada educación superior, que, en realidad, era la de la minoría, o la educación popular, cuya cobertura no admitía comparación numérica.
Un hito dentro de este proceso fue el ejemplo de Mahatma Gandhi, símbolo de la educación superior al servicio de la causa de la India, y con este caso revisamos la crónica de muchas otras independencias, para llegar a la conclusión de que habían sido promovidas por agentes de la educación superior, como Bolívar, o Santander, o San Martín, u O'Higgins, las oligarquías culturales al servicio de las grandes causas, contando, es claro, con el apoyo de quienes admitían el liderazgo cultural de la educación superior.
Los colonizadores españoles no dejaron de considerar la posibilidad inversa, o sea, apoyarse en las clases menos cultas y más tradicionalistas que seguían al servicio de Dios y el Rey. De ahí la ambigüedad ideológica de instituciones como la Iglesia, que contó en sus filas con próceres de la libertad y enemigos mortales del libre examen.
Las universidades desempeñan un papel clave en las conquistas de la educación superior y en la universalización de las ideas, pero, en relación con el progreso económico y social, a veces tienen un papel periférico, que nunca llega al fondo de las cuestiones reales, sino que permanece en la esfera de lo académico.
En este siglo XXI del conocimiento, la educación contribuye al crecimiento del ingreso nacional y personal. Sustituye, en cierta manera, el progreso industrial, en el cual el capital desempeñaba un gran papel, semejante al que había desempeñado la tierra en la época del desarrollo agrario. El conocimiento es la principal fuente del desarrollo y la educación superior es la fuente principal de ese conocimiento.
Hoy, el crecimiento económico depende de la capacidad para producir bienes basados en el conocimiento. Sin embargo, el futuro de las economías del conocimiento no se encamina a producir bienes, sino a enriquecer la investigación y encontrar nuevos senderos al pensamiento. De esta suerte, a mayor educación superior se ahonda la diferencia entre un país avanzado y uno rezagado.
Vale decir, que no solamente es necesario generar conocimiento propio sino recibirlo de distintas fuentes, o sea, una capacidad de recepción y absorción del conocimiento en general que pueda resumirse en el título que venimos comentando: "todo está interconectado", y la parálisis de la energía eléctrica en Colombia puede, dentro de esta interconexión, privarnos de conocer los resultados de la elección en Francia para presidente, o la muerte de Boris Yeltsin.
Alfonso López Michelsen
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